Mirador

17 de mayo de 2009
La tarde se resistía a irse; no quería dejarle su lugar a la noche.
El jardín se había aquietado; no tenía ya canciones de viento ni de pájaros.
Apareció la luna antes de tiempo, pues el tiempo no existe para la luna.

Cenamos en el jardín. "Como ricos", dijo mi señora.
Nos llegaba el perfume del jazmín de Arabia,
y nos decía vagas cosas de cuentos de la infancia.

Platicamos... Cerca de medio siglo ya llevamos platicando,
y parece que apenas hemos empezado a platicar.
Y así la tarde se hizo noche, del mismo modo que la mañana se hizo tarde.

Yo les digo a mis hijos y a mis nietos que aprendan a gozar las pequeñas cosas de la vida.
Alguna vez descubrirán
-lo que yo ya descubrí-
que son las grandes cosas de la vida.

Por Armando Fuentes Aguirre

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